“Saldremos cambiados de esta pandemia”. Este mantra lleva repitiéndose casi un año. Y muchas veces esa frase hueca llega acompañada de otros símbolos y lemas vacíos, arcoíris y mensajes empapados en capitalismo emocional como aquel que reza que toda crisis es, en realidad, una oportunidad. Claro que las crisis pueden ser una oportunidad, pero no necesariamente para mejorar; pueden ser y, de hecho, son una oportunidad –un riesgo, una condena– seguir cayendo e incluso para tocar fondo. Lo puede ver cualquiera que no esté cegado por los arcoíris.
Por lo visto hasta ahora, la pandemia ha cambiado todo a peor; ha muerto gente, para empezar, y también ha desafiado los carcomidos y frecuentemente desamparados cimientos de eso que llamábamos estado de bienestar. La covid-19 ha golpeado con fuerza tanto a los creadores como a quienes los nutren de vías para mostrar su trabajo; a saber, museos, librerías, salas de conciertos y cines, entre otros. Todos estos espacios han cambiado su forma de llevar a cabo su labor; y no ha sido para mejor. El número de clientes y usuarios se ha visto mermado notablemente, en algunos casos hasta la desaparición, por lo que han tenido que cambiar su funcionamiento para sobrevivir.