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Análisis
Jesús Torquemada
La autoproclamada presidenta ha nombrado un Gobierno plagado de ministros de la derecha más radical y ya ha sugerido que las elecciones se harán cuando se pueda.
Ya importa poco la discusión sobre si lo sucedido en Bolivia es o no un golpe de Estado. Lo que importa es el resultado. Y el resultado es evidente: es la derecha más conservadora de Bolivia la que ha tomado el poder. La presidenta provisional, Jeanine Áñez, ha nombrado un Gobierno plagado de ministros de la derecha más radical, una derecha que reclama desmantelar el legado de Evo Morales y que no oculta sus deseos de venganza.
Áñez, que llegó al cargo anunciando que su única misión era convocar elecciones inmediatamente, ha empezado sin embargo a hacer política y ya ha sugerido que las elecciones se harán cuando se pueda. No solo ha nombrado ministros ultraderechistas, sino que ha anunciado que reconoce a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Es decir, decisiones que no corresponden a un Gobierno provisional, sino que muestran una intención evidente de ir en contra de lo que hacía Morales.
Entre los ministros hay varios que son seguidores de Luis Fernando Camacho, el líder de la revuelta contra Morales en la ciudad de Santa Cruz, que en la práctica es la capital económica del país. Camacho es un ultracatólico que cita continuamente la Biblia, dice que Bolivia se ha librado de Satanás y enarbola en una mano un crucifijo y en otra una pistola. Le llaman el Bolsonaro boliviano. Con eso queda dicho todo.
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