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Análisis
Jesús Torquemada
- Redacción -
Con sus últimos ensayos de misiles y de bombas atómicas, Kim ha demostrado que ni las sanciones económicas ni las diplomáticas le van a obligar a abandonar su programa nuclear.
Kim Jong-un sería un buen jugador de mus. Está jugando muy bien las cartas que tiene. Echa un órdago tras otro, y nadie se atreve a vérselo. Sabe que el resto de los jugadores tiene más que perder que él. Corea del Sur vive muy bien, es una potencia industrial, no tiene nada que ganar en una guerra con Corea del Norte. Lo mismo le sucede a Japón. E incluso a China. Los chinos están concentrados en su crecimiento económico, y no les conviene verse metidos en una guerra.
Para China, Corea del Norte es en estos momentos un grave problema. No puede permitir que Kim Jong-un caiga y toda la península coreana se sitúe en la órbita de Estados Unidos; pero tampoco puede meterse en una guerra para defender a Kim.
La incógnita está en el cuarto jugador de la mesa: Donald Trump. Al parecer, Kim piensa que Trump no es más que un fanfarrón al que se le va la fuerza por la boca.
Con sus últimos ensayos de misiles y de bombas atómicas, Kim ha demostrado que ni las sanciones económicas ni las diplomáticas le van a obligar a abandonar su programa nuclear. Su objetivo es tener misiles nucleares con los que pueda alcanzar territorio de Estados Unidos, dando por supuesto que, de esa forma, Estados Unidos no se atreverá a atacarle.
Y por eso le ha echado el órdago a Trump: que le ataque ahora si se atreve, porque después será demasiado tarde. Eso en fútbol se llamaría juego peligroso.
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