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Análisis
Jesús Torquemada
- Redacción -
Merkel y Obama nunca han sido especialmente amigos, y este asunto ha enturbiado aún más sus relaciones.
Dicen que Angela Merkel se puso hecha una furia. Normal. Una cosa es que los servicios secretos de Estados Unidos espíen cada mes las llamadas y correos electrónicos de veinte millones de alemanes y otra cosa es que espíen el teléfono privado de la canciller alemana.
Ni corta ni perezosa, Merkel cogió su teléfono, el presuntamente espiado, y le llamó a Obama para pedirle explicaciones. Y Obama le respondió que tranquila, que su teléfono no estaba entre los espiados por la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense.
Qué iba a decir Obama, si ya no sabe cómo disculparse ante Merkel, ni ante Cameron, ni ante la brasileña Rousseff, ni ante el mexicano Calderón.
El enfado de Merkel viene desde julio, cuando tras las revelaciones de Edward Snowden se empezó a saber el tamaño del espionaje americano. Alemania convocó al embajador de Estados Unidos y después, cuando Obama visitó Berlín, no hubo demasiada cordialidad.
Merkel y Obama nunca han sido especialmente amigos, y este asunto ha enturbiado aún más sus relaciones. Si Estados Unidos espía así a los amigos, a saber lo que hará con los enemigos.
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